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D. FIDEL HERRÁEZ, recuerda a los "Misioneros"

El arzobispo de Burgos, D. Fidel Herráez, acostumbra a escribir todos los domingos en el Diario de Burgos. Este último domingo, día 19 de febrero, centró su reflexión en los misioneros. Os ofrecemos dicha publicación

El Tito de Oro: homenaje a los misioneros

Hace unos días la Cofradía de San Antón otorgó el Tito de oro a los misioneros burgaleses. Yo personalmente tuve el honor y la satisfacción de entregarlo al Delegado de Misiones, José Manuel Madruga, en un acto festivo y cordial, cargado de intensidad humana y eclesial.
Parece lógico que en este mensaje dominical me haga eco de este hecho, no sólo para recoger el hilo de la actualidad sino para poner de relieve su hondo significado. No se trata de una simple anécdota, que ocupa unas líneas en la crónica ciudadana para caer al día siguiente en el olvido. Más bien es, a mi juicio, uno de esos acontecimientos que van tejiendo la vida de nuestra sociedad dándole solidez y consistencia porque manifiestan los ideales, las ilusiones y los valores sobre los que hay que construir una convivencia auténticamente humana y evangélica.

Debemos agradecer por ello a la Cofradía de San Antón esta iniciativa, que ya se ha hecho tradición. Reconocer de modo público comportamientos y actitudes que dignifican al ser humano y consolidan la convivencia, es un modo magnífico de hacerse presente en la vida social. La vida se hace amable y se llena de contenido positivo porque hay personas, muchas personas, que con sencillez y constancia consagran su existencia al servicio de los demás sin esperar nada a cambio, simplemente porque encuentran su felicidad en la felicidad de los demás. Entre estas personas se encuentran sin duda los misioneros, a quienes, como he dicho, se brindaba un sencillo y sentido homenaje.
En la vida y en el testimonio de los misioneros reconocen los burgaleses un modelo humano caracterizado por la generosidad, por la solidaridad, por el servicio a los más pobres y desfavorecidos. En ellos ven encarnado y realizado lo mejor que hay en cada persona. Por ello nos hacen recuperar la confianza en todo lo bueno que aletea en el corazón humano. Ciertamente en nuestro mundo hay corrupción, injusticia, egoísmo, violencia. Pero personas como los misioneros nos ayudan a descubrir que el bien es más fuerte y más abundante que el mal, que servir a los demás puede ser una vocación que llene la vida, que la generosidad es la vía incuestionable hacia la felicidad.

Nuestra gratitud se debe a los misioneros también porque nos representan y estimulan a todos los burgaleses, a los creyentes y a los no creyentes. ¿Cómo? Porque debemos agradecer, ciertamente, el trabajo que realizan en los países en los que se encuentran. Pero también aquí, en su tierra, muestran que hay un espacio en el que todos nos podemos encontrar unidos: en el sufrimiento de los débiles, en la pobreza de los desfavorecidos, en el padecimiento de las víctimas, en la búsqueda del bien entre todos y para todos.

Como obispo y hermano vuestro comparto y valoro este reconocimiento como un motivo de sano orgullo para nuestra diócesis, una razón para amar profundamente a nuestra iglesia de Burgos. Aún en medio de nuestras imperfecciones y limitaciones la Iglesia continúa generando vida, frutos fecundos y copiosos. El Espíritu Santo sigue derramando carismas abundantes entre nosotros, que son riqueza y bendición para todos. El ejemplo de los misioneros nos muestra que la gracia de Dios y el seguimiento de Jesús alienta y llena de alegría a muchas personas, en los lugares de misión y en el corazón de nuestro pueblo.

Pienso, finalmente, que la concesión del Tito de oro a los misioneros nos invita a mirar la realidad, nuestra realidad, con ojos siempre nuevos. La limpieza de nuestra mirada nos ayudará a reconocer otras muchas manifestaciones de la acción del Espíritu a las que no damos tanta importancia o que no aparecen en los medios de comunicación. El domingo pasado os hablaba de Manos Unidas y de tantos voluntarios que hacen posibles sus proyectos. Pero podemos mencionar también, por no citar más que un par de ejemplos, a los monasterios de vida contemplativa que ofrecen un remanso permanente de paz y espiritualidad; o a los hombres y mujeres que con su trabajo callado hacen posible que los templos se conserven con dignidad para las reuniones y celebraciones litúrgicas… A todos ellos va dirigido hoy también mi agradecimiento en nombre de todos y mi bendición.