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«No se puede hablar de una Iglesia leal al Gobierno chino y otra fiel a Roma; ambas son fieles a Cristo»

Daniel Cerezo, natural de Padilla de Abajo, es misionero comboniano desde 1977. Su primer destino de misión fue Uganda, tras la caída del dictador Idi Amin, país en el que permaneció seis años, tiempos de violencia y enormes dificultades en los que consiguió crear en su parroquia una oficina para que, a través de becas, los niños que habían perdido a sus padres en la guerra pudieran estudiar. 

Desde 1991 está en China. Ya nadie le llama Daniel. Su nombre es el que le bautizó su profesora de chino cantonés: Xie (que significa gracias) Ming Hao. «Ya me he identificado con ese nombre. Ni el obispo me conoce como Daniel», asegura. Para el padre Xie, aquellos 16 meses de estudio en Hong Kong fueron «una experiencia fascinante y también aterradora, pero después me he dado cuenta de que para afrontar la misión en China se necesita pasar por esa experiencia, que no es un apéndice de la misión, sino que es parte esencial del ser misionero». 

De Hong Kong se trasladó a Macao, donde trabajó cinco años en la parroquia de San Lázaro. «Pero estando allí mantuve contactos con gente que trabajaba en la China continental y eso me tiraba. Había oído hablar de la revolución cultural, de misioneros en la cárcel y expulsados de China, de la comunidad clandestina, pero eso me parecía como hablar de otra galaxia, porque Macao era todavía colonia portuguesa, entonces allí no existían eses cosas. »

Esa atracción le llevó a solicitar al obispo permiso para estudiar mandarín en Taiwán durante un año. Entonces surgió el gran proyecto en el que aún sigue inmerso: los Combonianos abrieron una oficina cuya finalidad era realizar una labor misionera itinerante en China. «Vimos que lo que la Iglesia china necesitaba era la dimensión espiritual y la formación de los agentes eclesiales. Y como somos misioneros, siempre hemos intentado tratar de compartir con la Iglesia en China esa dimensión misionera para que ellos también se abran a la sociedad. Porque es curioso, pero para las comunidades cristianas, debido a ese proceso de persecución, su tarea principal era la subsistencia, protegerse a sí mismas, lo que menos importaba era convertir a otros. Ahora la cosa está cambiando muchísimo, esa dimensión misionera es bastante fuerte», explica. 
Esa labor formativa itinerante se realiza a través de ejercicios espirituales, lo que más demandan tanto los sacerdotes como los religiosos, los seminaristas o los laicos, y cursos con una dimensión «bíblico misionera». Al mismo tiempo, viven la dimensión social de la fe colaborando con pequeñas instituciones en algunas diócesis para llevar a cabo proyectos de ayuda humanitaria, sobre todo en orfanatos, para dar formación a niños enfermos de sida, o procedentes de familias rotas, zonas rurales… 

Daniel subraya que él y sus compañeros comparten lo que son con las dos comunidades, la que depende de la Iglesia Pública u Oficial China y la clandestina, en comunión con el Papa. «No diferenciamos si esta es la correcta o la incorrecta, como se habla desde aquí. Creo que no es el lenguaje apropiado ni responde a la realidad hablar de una Iglesia leal al Gobierno chino y otra fiel a Roma; las dos comunidades son fieles a Cristo y las dos sufren por el control del Gobierno a distintos niveles, pero las dos pagan el precio». «La relación entre ambas comunidades, explica el burgalés, es compleja, depende de cada provincia y cada obispo. La mayoría de los conflictos han surgido en las diócesis donde han coincidido dos obispos, uno de cada tendencia, y en las zonas donde más católicos ha habido». No obstante, «últimamente no se han percibido grandes conflictos», asegura, «porque también ha habido obispos que han ayudado a ambas comunidades y ha habido actos de reconciliación, pero siempre queda algún resquicio, la comunidad clandestina se ha sentido un poco marginada porque ha sufrido persecución, aún hay sacerdotes y obispos en las cárceles…».

Xie acoge con cautela el acuerdo provisional alcanzado hace escasas semanas por la Santa Sede y la República Popular China, por el cual Roma reconoce a los obispos nombrados por las autoridades chinas y estas reconocen al Papa la intervención en la administración de las diócesis y en la designación de los obispos. «Es un acuerdo muy frágil, pero viene a poner un poco de esperanza. Yo creo que no se ha cedido a nivel doctrinal ni en aspectos esenciales, al contrario, se han implementado el perdón y la misericordia. Es complejo pero es el único modo de empezar a caminar».
 (Publicado en Revistas Sembrar nº 1107)