José María Rodríguez Redondo nació en Burgos en 1962. Vivió sus
primeros tres años en Tenerife, de donde es su madre, y después en Puentedura. Estudió
Bachillerato en el Cardenal López de Mendoza e hizo Magisterio para ingresar en
el Seminario de Burgos. Fue ordenado sacerdote en 1990. Su primer destino fue
la parroquia Sagrada familia de la capital burgalesa, en la que permaneció tres
años. Tras pedir permiso al arzobispo inició su preparación como sacerdote
misionero en el IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras), en 1995
comenzó su misión en Tailandia, donde permaneció 10 años hasta 2005 en que se
traslada a la India durante dos años para hacer un Master en Misionología.
Posteriormente es llamado a Madrid para participar en el equipo de dirección
del IEME como secretario general hasta 2013 en que vuelve a Tailandia, donde
todavía continúa desarrollando su actividad sacerdotal y misionera.
Estudiaste Magisterio y tu vocación fue el sacerdocio. ¿Cómo fue eso?
No es
complicado. En realidad yo estudiaba Magisterio y me gustaba. Donde surge mi vocación
es en el contacto que tuve con la catequesis: yo era catequista y me sentía muy
bien, estaba lleno de alegría de transmitir la doctrina de Jesús a los niños.
Estuve medio año de discernimiento de mi vocación, yo estudiaba segundo de
magisterio y hablé con el rector del Seminario de Burgos, quien me aconsejó que
no me precipitara y que antes de ingresar terminara mis estudios. Y así lo
hice.
¿Tu vocación de sacerdote va unida también a la de misionero?
En realidad mi
vocación misionera se produce dentro del Seminario porque tuve la suerte de
participar en algunas convivencias del IEME, el Instituto Español de Misiones
Extranjeras, en las que se vive una sensibilidad misionera, y aquello me llamó
la atención porque veía cómo seminaristas de toda España se comprometían dando
un paso más en su vocación sacerdotal. Y fruto de ello fue también mi
vinculación con la Pastoral Gitana, donde comencé a trabajar primero como
seminarista y luego como sacerdote. Ello me supuso un enriquecimiento al
encontrarme ante otra forma de entender la vida, otra cultura, lo que me hizo
abrir horizontes en mi propia vocación de sacerdote.
Mientras eras sacerdote en tu primer destino estabas empeñado en ir de
misionero…
Es verdad.
Sentía como una llamada especial del Señor a la evangelización misionera, pero
tenía que confirmarlo, porque al principio era sólo como una intuición, algo
que me atraía. Hablé con el arzobispo de entonces en Burgos, Santiago Martínez
Acebes, del que recibí todo el apoyo, me explicó que con los sacerdotes
misioneros es toda la diócesis quien se hace misionera. Así que inicié un curso
en el IEME para conocer la realidad y los proyectos del Instituto de Misiones y
después viajé a Londres donde estuve un año para aprender inglés, que lo
consideran imprescindible. Mi destino después fue Tailandia.
¿Qué religiosidad te has
encontrado allí?
Es un pueblo
muy religioso; allí la religión es un valor en contraposición con Europa y
España, donde parece un antivalor. En Tailandia la religión principal es el
budismo y también muy influenciados por la religión primitiva, conocedores de
que hay algo trascendente que supera lo material, lo que implica un gran
respeto por la naturaleza.
¿Cómo está la relación entre
budistas y cristianos?
Es una
relación fluida, pero la Iglesia en Tailandia está muy en minoría, está
diseminada en grupitos y muy esparcida, pero hay total armonía entre budistas y
cristianos, cualquier cosa en el día a día se hace en común. Es lo que llamamos
diálogo interreligioso de vida, que supone compartir la vida y que todos nos
tenemos que ayudar, de hecho compartir celebraciones budistas y cristianos
suele ser normal.
Sin embargo el Papa ha pedido un mayor acercamiento. ¿Es posible?
Eso intentamos, aunque no es
fácil. El problema es que en el acercamiento cuando nos presentamos como
sacerdotes católicos, la gente nos acepta y considera que todas las religiones
son buenas, pero falta curiosidad, interés e inquietud por conocer en
profundidad el cristianismo. Esa es la tarea pendiente.
¿Hay puntos de unión entre la religión católica y el budismo?
Hay un enorme respeto entre las
dos religiones y eso es lo más positivo. El budismo no habla de Dios, tampoco
lo niega, pero pone toda su confianza en el hombre. Cada persona debe recorrer
su camino y hacerlo de forma personal. Para el budismo eso es vital, pero con
sus propias fuerzas, no entienden el poder de la gracia, les cuesta mucho
entender eso; el budista considera que debe salvarse a sí mismo y el cristiano
sabe que no puede hacer nada sin Dios en su camino.
Difícil misión…
Bueno, ahí estamos, nosotros nos
presentamos como sacerdotes de la comunidad en la que viven y eso es una
plataforma importante, manteniendo actividades con niños y jóvenes, en los que
trabajamos los valores, y también tenemos promoción de adultos, sobre todo en
la mujer. Son pequeños detalles que les hablan de que trabajamos por la
dignidad de las personas, compromiso con las personas, que es la doctrina de
Jesús. Y hay personas que se sienten llamadas a la conversión, lo que para
nosotros es una alegría, presentarles a Jesús con sencillez.
¿Hay muchas conversiones?
Poco a Poco.
Tenemos una media de dos o tres adultos al año que se bautizan, podemos decir
que hacemos cristianos de forma artesanal. Pero la Iglesia en Tailandia no
tiene complejo de inferioridad, hay mucha ilusión en el trabajo que nos queda
por hacer.
Entrevista Revista
Sembrar, nº 1.188/2022 sección Testimonio Vivo por Paco Peñacoba