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Lecciones de vida a 9.000 Km



MISIONEROS POR EL MUNDO, ANGOLA 8 DE ABRIL

Lobito, en la costa atlántica de Angola, es una ciudad “preciosa”, con playa y sol y donde la comida “siempre es buena”, explica la burgalesa Guillermina Manchado. 9000 Kilómetros le separan de su casa, de su familia, y la conversación se interrumpe según va y viene internet. Porque la postal tiene un reverso. El de un país “muy rico” con los recursos “mal repartidos”, donde el agua y la luz no están asegurados y donde la vida y la muerte buscan constantemente su equilibrio. “Todos los días hay óbitos, dice de una zona con altas tasas de malaria y de mortalidad infantil.

Guillermina, conocida entre los suyos como Mina o Nina, lleva ya veinte años como misionera laica en la ONG Misevi, que cuenta con tres proyectos en activo: en Honduras, Bolivia y Angola. Su labor es “acompañar”, resume. En la pobreza, la educación, la sanidad… En todo. Su trabajo, junto a otras dos compañeras, abarca la sanidad y la educación infantil, la promoción de la mujer y la asistencia a consumidores de alcohol y, últimamente, la terapia de trastornos mentales derivados de años de abuso de esta droga.

Antes de desembarcar en la antigua colonia portuguesa, paso dieciséis años en Honduras, entre San pedro Sula y La Mosquitia, una de las zonas más deprimidas del país centroamericano. Después recaló un año en Mozambique. Pero el inicio de esta vocación ancla en sus días escolares en el Círculo Católico de obreros, donde conoció a las Juventudes Marianas Vicencianas.

Ella, que procede de Rabanera del Pinar, en pleno verano africano, a unos 50 grados de temperatura, añora el frío burgalés. Y “familia, amigos, la morcilla, las comidas, reírte en los bares, salir por allí”, relata de carrerilla. Dos mundos entre los que hay un gran contraste. “Uno tiene que saber vivir donde está”, reflexiona.

En mayo hará dos años desde que se asentó en Lobito y, entonces, tendrá dos meses de vacaciones para ver a los suyos.
Pero no se quedará mucho tiempo. “Misevi es la que me da la oportunidad de seguir viviendo mi vocación misionera y laica, aquí o donde sea”, afirma.

“La experiencia con la gente más pobre y más humilde es la que te da las lecciones de vida”. Y renunciar a eso no es sencillo.
Habla de coraje, y de valentía, y de dificultades, y de fe. “Es digna de admirar la capacidad de renacer, de rehacerse cada día, con la familia, en fin, con pocos recursos”.

Veinte años de ayuda a los demás aportan sinceridad con una misma: “Una tiene que saber que lo que hace no tiene efecto a corto plazo”. Pero sí con el tiempo. Y en ello colaboran también la docena de compañeros del grupo de Burgos que organizan actividades para ayudar a financiar las misiones y de los que tampoco se olvida.
(Artículo publicado en diario de Burgos, por R.L)