(Entrevista: Mons. Jesús Ruiz, Obispo Auxiliar de Bangassou)
Fuente: MGranada
El papa Francisco ha
invitado a toda la Iglesia a vivir un mes misionero extraordinario tras las
huellas de Cristo, misionero del Padre. En la República Centroafricana, donde
vivo actualmente mi vocación misionera, hemos decretado, no un mes, sino un
año misionero extraordinario para urgir a nuestra joven iglesia, compuesta de
cristianos empobrecidos, violentados y expuestos a las atrocidades de la
guerra, a que vivamos esa Iglesia en salida, una iglesia misionera en medio de
la guerra. Os expongo alguna reflexión apoyada en mi vivencia personal.
La misión no se
escoge..., se recibe
No escogemos la misión, como cuando vamos al supermercado
y elegimos el producto que nos atrae, sino que la misión la recibimos
gratuitamente de Dios y de la Iglesia.
Joven profeso, mostré a mis superiores mi preferencia por
trabajar como misionero en Brasil. Poco después me llegó mi destino al Chad, un
país del África Central que apenas si conocía el nombre. Allí pasé quince años
maravillosos viendo y contribuyendo al surgimiento de una Iglesia. Sí, las
iglesias nacen... y desaparecen. La del Chad tiene apenas setenta años. Allí conocí
a los primeros cristianos: Gabriel,
Teresa, Mateebey, Bendiguin, Djidengar, Maurice... Cuando llegué a la diócesis
de Sarh, solo había tres sacerdotes autóctonos.
Los misioneros
jesuitas y combonianos estábamos implantando esa Iglesia en medio de la sabana,
en un contexto islámico que avanzaba agresivamente. Bajo los árboles
mangueros nos reuníamos en comunidades hambrientas de la Palabra de Dios. El
anuncio del Evangelio era portador de Vida para éste pueblo empobrecido. Hoy,
treinta años después, el Chad tiene una iglesia autóctona estructurada, con gran dinamismo y
grandes desafíos.
Después de estar seis años en Granada como formador de postulantes y
animador del movimiento de LMC (Laicos Misioneros Combonianos) me enviaron de
la sabana africana a la selva, en la cuenca del Congo en medio del pueblo
pigmeo, en Mongoumba, República Centroafricana.
Sí, la misión no se elige..., se recibe: Nueva misión entre el pueblo
pigmeo-Aka, víctima de un sistema de explotación que les ha expulsado de la
selva, y humillado por el resto de la población, que les considera "no-pueblo,
no-personas".
A estos pigmeos anunciamos el Evangelio de Jesús que es la vida de
Dios. Creamos escuelas para ellos, promovimos el acceso a la salud, la lucha
por la justicia, buscamos la conversión de los opresores... Así nació una
pequeña comunidad pigmea de bautizados. Fue un trabajo precioso de inclusión
eclesial e inserción social para aquellos que estaban fuera. Un pequeño puñado
de pigmeos-Aka se reconocía ya parte de la Iglesia y participaban plenamente
del Amor y la Misericordia de Dios y de la Iglesia.
Cuando estaba preparando
maletas para regresar a España y poder atender a mis ancianos padres después
de treinta años de vida misionera fuera, en julio de 2017, el papa Francisco me
nombró obispo auxiliar de Bangassou. Una diócesis de la República
Centroafricana a mil kilómetros de mi lugar de misión, donde yo nunca antes
había puesto el pie, ni conocía a sus gentes.
Aquí llevo dos años viviendo el Evangelio en medio de una violencia
extrema y una guerra que dura ya siete años. A 800 km de la capital, sin carreteras,
bajo custodia de los cascos azules y oprimidos por grupos armados que matan,
queman y violan a una población dispersa que huye, sufre y muere. Un cuarto de
la población está refugiada o desplazada. Sí, la misión no se elige... se
recibe.
La misión
nace del desbordamiento del Amor de Dios
Los misioneros no hemos
ido a bautizar "negritos”; no hemos ido a hacer proselitismo, a crear
adeptos, o a transmitir una cultura superior... No. Enviados como testigos del
Amor de Dios en situaciones extremas: como puede ser el contexto de una
Iglesia naciente en el Chad, de los pigmeos considerados como esclavos, o de
la crueldad y deshumanización de la guerra, ahora.
Las palabras del Evangelio de Juan nos
Inspiran: "Tanto amó Dios al mundo que le envío a su Hijo único... No
para condenar al mundo... sino para salvarlo”
Sin este amor que mana de Dios no hay misión posible. Nuestra misión
es la continuación de la misión de Jesús de Nazaret, "como el Padre me
amó yo también os he amado...; como el Padre me envió, yo también os envío...”
La misión tiene un carácter esponsal con dos alas como el águila: Amor
a Dios... y Amor a un pueblo.
La primera ala de la misión nace en la fuente trinitaria que es el Amor
de Dios. Sin esta agua del Amor de Dios no hay misión posible. Podrá haber
desarrollo humano, ideología, filantropía... pero una misión, manca del Amor de
Dios, no podrá nunca inspirar una humanidad nueva, una persona plena.
Nuestra misión se fundamenta en ese Amor de Dios del que hablaba
san Daniel Comboni: “los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente, y
preguntándose qué quiere decir un Dios muerto en cruz por Amor a nosotros...’’. Cuando me nombraron
obispo, consciente de que no soy un príncipe para tener escudos, diseñé un
logo con un dibujo donde el crucificado abraza desde la cruz a Comboni, que a
su vez abraza el África. Dicha África se ha convertido en el corazón de Jesús,
que sigue sangrando hoy. Por ello el lema de mi episcopado: "Me amó y
se entregó por mí" (Gal 2, 20). Ese Amor de Dios se convierte en Amor
hacia Dios... y Amor al pueblo.
Este Amor a Dios tiene rostro concreto, y es la segunda ala: el
Amor fiel e incondicional a un pueblo.
Cuando en medio de la guerra todos se fueron..., nosotros nos quedamos
con nuestro pueblo. Nos quedamos ante el dolor y la impotencia de quien ve
sufrir a un ser querido, sin poder apenas hacer nada. Así nos ocurre a
nosotros.
Permanecemos muchas veces con el pueblo humillado y martirizado, como
se está ante un ser querido en fase terminal sin poder hacer nada...;
simplemente acariciando muchas veces su mano..., pero sintiendo que se nos va.
Me identifico con María, al pie de la cruz, “Stabat Mater”. Estaba. Así nos
está ocurriendo muchas veces a nosotros en esta guerra.
La vocación misionera comporta ese "hacer causa común con un
pueblo”; y esto, hasta las últimas consecuencias. Cuando estás con los pobres,
sin duda van a salpicarte sus heridas, sus enfermedades, la violación de sus
derechos... Lo que les afecta a los pobres te afecta a ti... hasta la muerte.
El 20 de mayo de este año asesinaron en Centroáfrica a la hermana
Inés Nieves, una religiosa burgalesa de 73 años. La degollaron. ¿Por qué? En
la Eucaristía que celebré hace poco en la catedral de Burgos con su familia
desvelé el secreto de su muerte. A la hermana Inés la mataron por Amor, solo
por Amor a su Dios, por Amor a un pueblo...
El Cristo en cruz que llevaba al cuello se lo entregué a la hermana de
sor Inés, como prueba de por qué, mejor, por quién la mataron. Luego entregué
la alianza, que ella llevaba en su dedo, al arzobispo de Burgos, don Fidel, en
signo de fidelidad hasta dar la vida por el Evangelio. En estos siete años de
guerra han asesinado a miles de personas inocentes, muchos de ellos eran
cristianos, entre ellos, solo el año pasado, mataron a 5 sacerdotes... La
misión no es una experiencia; es el don total de una vida; la misión no tiene
fecha de caducidad; hasta dar la vida... hasta el extremo.
¿Dónde está el corazón de la misión?
El día de mi consagración episcopal en la catedral de Bangui, a 800
km de mi catedral en Bangassou, ocupada por los refugiados musulmanes que
salvamos de la muerte, manifesté, a la gente que me acompañó, el sentido de mi
consagración. Insistí que no era una promoción personal, sino el guiño de Dios
a este pueblo, la promoción de Dios a este pueblo sufriente que en mi persona
les dice: "Estoy con vosotros". Mis palabras giraron en torno
a esas palabras del profeta: "TU DIOS BAILARA POR TI”.
Este es el corazón de la misión: un Dios que salva...un Dios que camina
con el pueblo...que llora y sufre con él... Un Dios que ama apasionadamente al
pueblo, que es su alegría más profunda: "tu Dios bailará por ti”. Un Dios
que abre un futuro a este pueblo herido. Es el Dios de la Vida; nuestro
Evangelio.
A este Dios de la Vida le damos rostro en esos miles de niños sin
escuela. Desde siempre, pero ahora con más ahínco, abrimos un futuro para
esos niños en medio de la guerra. Las escuelas del Estado en nuestra provincia
están cerradas..., generaciones enteras de niños sin escuelas. La escuela
pone cara al Dios de la Vida: "He venido para que tengan vida y una
vida en abundancia".
“Yo soy la Vida”, dice Jesús. Todo esfuerzo por luchar contra lo que destruye la Vida
es manifestación del Dios de Jesús. Seguimos batiéndonos porque nuestro pueblo
pueda acceder a la sanidad; que puedan tener acceso a los medicamentos, que
nuestro hospital funcione en medio de la guerra; que los huérfanos conozcan el
calor de un hogar; que los viejos vivan con dignidad su vejez...
La misión, en nuestro contexto hoy, es también apertura al diferente;
diálogo interreligioso para que musulmanes y cristianos podamos vivir
reconciliados a pesar de las heridas mutuas que supuran dolor. No podemos vivir
la misión sin un trabajo, a veces artesanal, por la justicia.
Con el teólogo Metz, pienso que hay demasiados cánticos en nuestra
Iglesia y pocos gritos de indignación; demasiada complacencia y poca nostalgia
de un mundo más humano; demasiado consuelo y poca hambre de justicia. La
justicia y la paz se abrazan. No puede haber paz sin justicia. La
Conferencia episcopal no nos cansamos de gritar: justicia, justicia, para el
pueblo humillado.
Y en el centro de la misión ese anuncio explícito de Jesucristo, la
Vida Plena de Dios que se nos ha regalado. Ofrecer esta vida de Jesús a los
catecúmenos que piden ser bautizados, en las liturgias y la oración de las
comunidades, en los sacramentos, fuente de vida: "Por Cristo, con
El, y el El". Como diría Pablo: “el amor de Cristo nos quema...
Llevamos en nuestros cuerpos las marcas del Señor Jesús...", “los ojos
fijos en Jesús, amándolo tiernamente..."
¿Quiénes son los misioneros?
Desde hace más de
cincuenta años, todos los Papas nos insisten que todos somos misioneros. La
Iglesia, o es misión, o si no, no es la Iglesia de Jesucristo. Los pigmeos lo
comprendían muy bien cuando les decía que la fe en Jesús es como una mujer encinta
que, si no quiere dar a luz, el niño se le muere dentro y arriesga su propia
vida. Así, la Iglesia es misión, vive en y para la misión... A una Iglesia sin
misión se le muere el Niño que lleva dentro.
Es esta una insistencia que el papa Francisco repite una y otra vez
pidiendo: una Iglesia pobre y para los pobres...; una Iglesia en salida...; una
Iglesia hacia las periferias...; una Iglesia que sea “hospital de
campaña”...; "prefiero una Iglesia accidentada porque salió, a una Iglesia
pulcra e inmaculada, porque nunca salió”.
La misión está allí, lejos... y la misión está aquí, cerca. La misión
allá lejos no se puede hacer si no se ha vivido aquí; y la misión, aquí, no es
verdadera si no se hace mirando el allá lejano. Todo bautizado está en estado
de misión, aquí y allá. Superando el mero concepto geográfico, con el papa
Francisco decimos: NO TENEMOS MISIÓN... SOMOS MISIÓN. “TU ERES MISIÓN”.
Entonces, ¿para qué ir allá lejos, si la misión también está acá, en
nuestros barrios...? ¿Cuál es la particularidad de la misión “ad gentes”? ¿Cómo
situarse ante la constante interpelación que se nos hace a los misioneros “ad
gentes" desde instancias eclesiales, incluso, jerárquicas: "regresad;
aquí también se necesitan misioneros”?
A partir de mi experiencia ofrezco cuatro aspectos que caracterizan,
sin apropiarse de ellos, la “misión ad gentes”:
Ø La misión “ad gentes”
es ante todo expresión de la GRATUI- DAD DE DIOS. Dios es gratuito y se da, se
entrega sin pedir nada a cambio. Nuestra presencia misionera muchas veces no
es lógica ni rentable, no tiene cordura, no se comprende... como el amor
gratuito no se comprende. Más que dar cosas, la misión es dar-se. La misión es
gratuidad.
Ø La misión “ad gentes”
es SALIR. “Deja a tu padre y a tu madre y vete a una tierra que yo te mostraré”.
¿Qué quiere decir salir?
Todos estamos invitados
a salir, pero para la misión ad gentes es salir hacia las fronteras de la
humanidad: la guerra, el hambre, la explotación... Los que vivimos en el sur,
sabemos mucho de esas fronteras de los países que nos acogen; fronteras donde
eres extranjero y no tienes ningún derecho..., donde eres completamente
vulnerable y estás a la merced del otro.
Eso es salir: Dejar tu
propia seguridad, tus derechos, tu cultura... El misionero es aquel que va con
amor hacia el diferente; aquel que es capaz de rezar con gentes de otros
credos; aquel que acepta gozoso otras culturas diferentes a la suya; aquel que
aprende lenguas diferentes... Ese salir implica dejar tus propias seguridades.
Hay una imagen bíblica que inspira mi ser misionero: Cuando Jesús, caminando
por las aguas, se acerca a la barca de los apóstoles y Pedro, estupefacto,
pide a su Señor de ir hacia él sobre las aguas...
Sí, Jesús nos interpela
desde fuera de la barca... Hay que dejar la seguridad de lo conocido. El
misionero ad gentes es el que está con un pie dentro de la barca y otro fuera
pues su Señor le interpela y le llama desde fuera. Sal de tu tierra...
Ø
La misión “ad gentes" es OPCION POR LOS POBRES entre los
más pobres. Es compartir vida y destino con aquellos que no cuentan, aquellos
que no son noticia... porque, como canta María, Dios es un Dios con los
pobres, que “derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes”.
No es que los pobres sean
mejores personas, más justos o amables... Los pobres son aquellos a quienes
las condiciones de vida, el descarte, la pobreza, la guerra, la injusticia, la
enfermedad... hacen más difícil creer en el Dios-Amor de Jesús.
En Centroáfrica
llevamos ya siete años de una guerra injusta (como todas) donde catorce grupos
armados, financiados desde el exterior, ambicionan y roban, como depredadores,
el subsuelo rico en oro, diamantes, uranio...
Esto ha provocado
masacres horribles y la huida de sus pueblos de más de 1/3 de la población
nacional. Han destruido toda la infraestructura de nuestro Estado, que figura
el último en el ranking mundial de desarrollo, con una media de vida de menos
de 50 años y una mortandad infantil que alcanza el 20%. El 60% de nuestra
población necesita ayuda humanitaria para comer una vez al día. Las grandes
potencias mundiales están haciendo un desastre ecológico sin precedentes. Aquí
están los pobres.
Ø
La misión ad gentes comporta totalidad, TODA LA VIDA. La misión
es una cuestión de amor y, en el amor, no valen "experiencias”. El amor
exige fidelidad hasta el final: aquí y allá. De esto han hablado y siguen hablando
los 70 millones de mártires por causa de Jesús de Nazaret. Testigos anónimos
que dejan sus vidas en el silencio de una cotidianidad escondida por amor.
Aquellos que fueron desgastando sus vidas en silencio: "No hay mayor
amor que dar la vida por aquellos que se ama"
El hermano Christophe,
monje de Tibhirine, asesinado con sus hermanos de comunidad, escribe en su
diario una conversación que tuvo el prior, hermano Christian, con un vecino del
convento:
·
“¿Sabes?, somos como un pájaro en una rama, dice el hermano Christian
·
Y el vecino respondió: “Mira, la rama sois vosotros y el pájaro
somos nosotros; si cortan la rama...”
La misión
es dar y recibir
Percibo que, desde el norte, a veces se ha instalado una mentalidad
un tanto paternalista de la misión, entendida como beneficencia: dar, ayudar,
enseñar, curar... La verdad es que la misión es el gran tesoro de un bautizado,
solo cuando se está abierto a dar pero también a recibir. Una actitud altruista
que solo quisiera dar rayaría con la soberbia... La misión es DAR..., y
RECIBIR. La misión te modela, te enriquece, te cambia... ¡Cuánto dio el leproso
a Francisco de Asís...! ¡Cuánto enriquecieron los negros a Comboni...! ¡Cuánto
iluminaron los pobres y moribundos a Teresa de Calcuta...!
Mi vida, después de 30 años en África, ha cambiado. El gran tesoro de
mi fe se ha enriquecido, creo que se ha purificado; mi oración se ha hecho más
simple; mi lectura del Evangelio es hoy en clave de África y del pueblo
africano... ¡Cuánto le debo yo a África! Estoy convencido que la salvación
gratuita de Dios me viene de mano de los pobres; de alguna manera, ellos, los
africanos, me salvan; ellos, los pobres, nos salvan.
Por ello, el misionero, consciente de los dones recibidos, es aquel
que, a pesar de los pesares, sabe decir GRACIAS. Gracias a Dios y gracias a los
hermanos con los cuales ha compartido su fe.
¡No nos
dejemos robar nuestro BAUTISMO!
¡No dejemos
que se ahogue en nosotros el PROFETISMO!
¡No
permitamos que se nos apague la ALEGRIA DEL EVANGELIO!
¡No nos
dejemos robar el ESPIRITU MISIONERO!
¡DIOS ES
MISIÓN!
¡LA IGLESIA
ES MISIÓN!
¡TÚ ERES
UNA MISIÓN!