Murió el 16 de febrero de
Nació en 1925 en Villasandino, en medio de trigales y de un
puñado de hermanos. Con apenas 18 años, entra a formar parte de las religiosas
Misioneras Hijas del Calvario, recientemente fundadas en una huerta de La
Castellana. Corre el año 1921, año del VII Centenario de la Catedral con el
Cardenal Benlloch al frente. Es el momento del gran apogeo misionero burgalés
con el pujante Colegio de Ultramar y posterior Seminario de Misiones. El Burgos asistencial se basa pequeñas
clínicas sembradas por la ciudad. Eladia estudia enfermería en una de ellas,
muy cerca del actual Colegio La Merced, y se prepara para trabajar en un gran
hospital. La llamada viene de Tete, al norte de Mozambique, a través del P.
Pinich, sacerdote catalán que ha contactado con el P. César. Eladia y sus
cuatro hermanas calvarias no dudan en viajar a Lisboa para aprender portugués.
Han sido 10 años de formación. En Burgos se culmina el gran hospital de las Trescientas
Camas. Corre el año 1960, necesitan facultativos, pero Eladia pone su mirada un
poco más allá del final de la Avenida del Cid. Se embarca en Bilbao en 1961 y,
después de 27 días en un carguero, llega a su soñado hospital. Son 5 monjas,
son ‘misioneras todoterreno’ entregadas a la misión. Mozambique está en un
momento delicado. Sumido en la pobreza, comienza su período de emancipación
colonial. El hospital de Tete se llena de heridos, víctimas de las bala,
metralla y de las minas sembradas por todo el país. Eladia se hace experta en
curar y querer a los quemados, víctimas del fuego en sus propias casas. Su
pasión es curar y lo hace con los casos más difíciles, a veces guerrilleros,
otras, soldados portugueses. La independencia del país llega en 1975, pero el
país está destrozado y no logra la paz. También Mozambique es víctima de la
Guerra Fría. Pero ella no deja de trabajar. Con disciplina de soldado inicia
una cooperativa con las máquinas de coser como artillería y las agujas como
fusiles. Por las mañanas en el hospital atendiendo a los amputados por las
minas antipersonales, por la tarde en el taller de costura que genera sonrisas
de color femenino. Todavía le queda tiempo para la catequesis en la catedral.
Son los sábados con cientos de niños que se arropan en su hábito blanco tan
impoluto.
Después de 40 años, La Castellana ya no tiene huertas, sino
villas. Sus hermanas más ancianas han conocido el Hospital de Fuentebermeja o
han vivido aventuras similares de Rodhesia. Aunque con el nuevo milenio ronda
los 80, tiene fuerza, mucha fuerza. Cuida a sus hermanas con pulcritud y orden
admirables, casi hasta hoy, a punto de cumplir los 96.
Ha muerto una mujer recia y austera, pertinaz y precisa
para dar la puntada que evita cualquier
roto y suaviza siempre la herida. Caridad
y sacrificio hasta el extremo.