El lema que hemos elegido para la Jornada misionera de la Epifanía del Señor: Día del catequista nativo y del IEME está en la línea de la reflexión eclesial que el papa Francisco ha propuesto a todos los bautizados.
SINODALIDAD, como dimensión
constitutiva de la vida de la Iglesia. Es un “caminar juntos", es el
camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio.
PARTICIPACIÓN, como nuevo
impulso misionero que involucra a todo el Pueblo de Dios.
CORRESPONSABILIDAD, como
redescubrimiento de la eclesiología del Pueblo de Dios, que destaca la común
dignidad y misión de todos los bautizados: discípulos misioneros (Aparecida,
2007).
En
efecto la sinodalidad, el talante sinodal, el carácter o el estilo de vida
sinodal, implica una participación y una corresponsabilidad de todo el Pueblo
de Dios en la vida y misión de la Iglesia. Esto exige una práctica de
discernimiento y una reforma de las estructuras de gobierno de la Iglesia en
las que prime el servicio, el espíritu de servicio (cf Lc 22,27; Jn 13,4-15).
El
papa Francisco, en su exhortación apostólica La
alegría del Evangelio (2013) habla, en los nn. 25-27, de una
reforma misionera de la Iglesia, que la Iglesia debe estar “en estado
permanente de misión", de entrar en un proceso de conversión pastoral que
nos lleve a una reforma de las estructuras eclesiale y a una transformación de
las mentalidades.
Este
proceso significa también una conversión personal, en el modo de sentir y de
actuar, y una conversión pastoral y misionera, que el Papa sintetiza en una
acción programática: “salir" a las periferias existenciales y geográficas.
La clave decisiva,
la más nueva, es la implicación de todos los bautizados en el proceso sinodal,
pues el “sentido de la fe" hace al pueblo infalible "en el creer",
lo cual reclama que los pastores se pongan a la escucha atenta de su rebaño.
Todos los miembros de la Iglesia son
sujetos activos de la evangelización (cf EG 120). Se sigue de esto que la
puesta en acción de una Iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un
nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios.
La acción del Espíritu Santo en la
comunión del Cuerpo de Cristo y en el camino misionero del Pueblo de Dios es el
principio de la sinodalidad.
Este camino sinodal de la Iglesia
se plasma y se alimenta en la Eucaristía. La sinodalidad tiene su fuente y su
cumbre en la celebración litúrgica (cf SC 10).
La sinodalidad manifiesta el
carácter peregrino de la Iglesia. La imagen del Pueblo de Dios, convocado de
entre las naciones (Hch 2,1-9; 15,14), expresa su dimensión social, histórica y
misionera, que corresponde a la condición y a la vocación del ser humano como homo viator (hombre en camino].
La forma sinodal, el estilo
sinodal, expresa y promueve el ejercicio de la comunión en cada una de las
iglesias locales peregrinas en la única Iglesia de Cristo y encierra también
implicaciones profundamente ecuménicas.
En una Iglesia sinodal las
relaciones son circulares. Sus procedimientos son más consensuados que
autoritarios. Es menos clerical y más fraternal. Se toma en serio el “instinto
de la fe" del pueblo (cf EG 119120). En ella cada “discípulo
misionero" es corresponsable de la Misión (cf EG 102; 120).
El gran poeta francés Charles
Péguy (1873-1914), que murió a los 41 años en el frente, al comienzo de la I
Guerra Mundial, dejó escrito:
“Hay
que caminar juntos; hay que llegar juntos a la casa del Padre... ¿Qué diría el
Padre si nos viera llegar a los unos sin los otros?"