Premio de Concurso de Cuentos de Infancia Misionera - Fase Diocesana
"Yo soy uno de Ellos"
Clara era una niña de doce años que vivía en un barrio de
Salamanca con su madre.
Todas las mañanas cuando se levantaba, lo primero que hacía
era saludas a Dios y darle los buenos días recitando alguna oración que ella
sabía. Después saludaba a su madre y salía corriendo a coger el autobús que le
llevaba a la escuela.
Hoy iba a venir el Padre Martín a darles una charla sobre
las misiones. Era su tema preferido. Ella quería ser misionera y para ello el
Padre Martín decía que tenía que estar siempre alegre y feliz.
Tenía muchos amigos y procuraba compartir con ellos sus
cosas y ayudarles en todo lo que podía.
A veces se reían de ella porque en tono despectivo le
decían: Ya viene la misionera.
Pero eso no le impedía seguir haciendo muy bien las cosas
perdonando siempre a todos.
Si preguntaban la lección era la primera en sabérsela y
también en presentarse voluntaria a realizar actividades que nadie quería
hacer.
Muchas veces regalaba su almuerzo a niños que no habían
traído aunque ella se quedara sin nada.
Cuando pasamos todos a secundaria empezamos a hacer pandas
de amigos. Incluso surgieron algunas parejas de novios. Ella iba con nosotros
pero seguía empeñada en ser misionera.
Comenzó a asistir a las reuniones que había para jóvenes en
la parroquia y muy pronto, al acabar sus estudios le dio la buena noticia a su
madre.
¡Mamá!, al fin voy a irme misionera. Me voy a Liberia con un
grupo de gente y con el Padre Martín que viene con nosotros. Vamos a atender
niños con ébola.
¡Estoy tan contenta! La madre le abrazó y le dijo: Clara, me
alegra mucho tu decisión. Ojalá logres ser la mejor misionera del mundo. Y le
dio un enorme besazo que por poco la tira para atrás.
Pero había algo con lo que ella no contaba…
Aquella noche cuando estaba durmiendo, un ruido la despertó.
.-¿Qué ha sido eso?
De repente oyó una voz muy potente que le dijo: ¿No quieres
ser la mejor misionera del mundo? Vas a serlo, pero no de la manera que tú
quieres.
Clara no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Había
pasado toda la vida soñando con ello y ahora… ¿Qué debería hacer?
El padre Martín cuando se enteró tampoco comprendía nada de por
qué había dado ese paso hacia atrás.
Su madre la vio muy triste y se acercó a ella.
.- Mamá ¿Puedo hablar contigo?
.- Dime hija ¿Qué te sucede?
.- No me voy, me quedo aquí.
.- ¿Cómo que no te vas?
.- No mamá. Sé que no lo entiendes pero debo quedarme.
Clara comenzó a llorar amargamente. La madre le abrazó muy
fuerte.
Nunca más hablaron del tema.
Y pasó su vida poco a poco. Clara ya tenía 27 años.
Un buen día se enamoró de Rubén, un chico estupendo que iba
con ella a la parroquia y decidieron formar una familia. La alegría volvió a
sus ojos y mucho más cuando tuvo mellizos y después de ellos a dos preciosas niñás.
También adoptaron un niño de Costa de Marfil que se había quedado sin padres
por la guerra que hubo en ese país en el año 2002.
Todos los días se levantaba temprano, hacía las cosas de la
casa. Después iba a trabajar y por la tarde aprovechaba a jugar con ellos y
ayudarles en sus tareas del colegio. Jugaban un ratito y les enseñaba cosas de
Jesús. Cuando salía Rubén de trabajar iban todos a la iglesia a oír la Misa y
después a dar un paseo por algún parque para que jugaran los niños.
Era muy feliz porque había logrado ser una gran misionera.
Cuando tuvo 50 años empezó a sentirse muy mal. Un enorme
tumor le creció.
Los misioneros pueden con todo y eso, pensó. Debo ser
fuerte.
En el hospital siguió misionera dejándose cuidar y sonriendo
siempre a todos a pesar del dolor.
El día que murió, Dios le dijo al llegar: “Has sido la mejor
misionera de todo el mundo” y le dio un tremendo abrazo en el cielo.
En la Tierra lloraban y comentaban: ¡Qué buena misión la de
Clara!
12 años 1º ESO
Colegio Círculo Católico
Parroquia San Pedro y San Felices