Luis Carlos Rilova es un sacerdote de la diócesis de Burgos, nacido en el Pueblo de Sasamón, y está de misionero en Zimbabue. Se fué de misionero por el IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras). Amigo de escribir ese quehacer cotidiano de un misionero, hoy comparte con nosotros dos lindas historias:
- La de uma mujer presidenta de una Comunidad Cristiana que para participar de una reunión de formación no duda en caminar 46 quilômetros.
- Y la los niños de las pequenas comunidades de Bemsee realizando y celebrando el día de la Infância Misionera.
Aqui transcribimos, a seguir, estas dos lindas historias: (sigue)

Ojos que ven, corazón que siente
Un milagro es un suceso inexplicable,
extraordinario o maravilloso que se atribuye a la intervención divina. Los
milagros sobrepasan nuestro conocimiento de la realidad, de ahí su sobre-naturalidad.
Que los milagros no son sólo posibles sino que “de facto” se dan es evidente y
por sí mismo demostrable. Sin embargo hay otros hechos portentosos que
acontecen en nuestro devenir histórico y que se dan con tanta frecuencia y
normalidad que acabamos catalogándolos como normales. El momento histórico
actual nos tiene embebidos en avances tan
sorprendentes que podemos acabar con miopía o estrabismo ante lo que
está al alcance de nuestros propios ojos.
La primera reunión del año de quienes
lideran las comunidades cristianas de la zona estaba prevista para las 10 de la
mañana. Después de las 9,30 van llegando los primeros, entre ellos una mujer que ha sido elegida recientemente presidenta de su comunidad
cristiana. Fuera de toda duda, me digo a mí mismo, que esta mujer ha salido
de casa hacia las 5 de la mañana y ha caminado 23 Km y no menos de 4 horas a
pie. Y no sólo eso, también ha dejado
atrás a sus hijos aún durmiendo en sus chozas antes de que se pongan en camino
hacia la escuela, la atención a su marido como buena esposa africana que se
precie, quién sabe si otros planes previstos igualmente importantes además de
las obligaciones y deberes propios de cada día. Al cruzar la puerta toma el
sendero de la iglesia de la misión sabiendo “primerear” el encuentro con el
Señor. Después se acerca a saludarme toda feliz, sin sacar a colación para nada
su cansancio ni la más mínima queja por la distancia, el calor o el estómago ya
vacío y sin reservas. No dejo de preguntarme
qué puede mover a muchos como ella a venir hasta aquí para tener una
reunión de 3 horas y desandar más tarde el camino de vuelta. Si el cuerpo le
aguanta podría estar de nuevo en casa sobre las 8 de la noche. Ida y vuelta
suman un total de 46 km y no menos de 8
ó 9 horas caminando, todo un ejemplo de sacrificio por la comunidad a la
que sirve y en el fondo por amor al Evangelio. El esfuerzo titánico de quienes
sirven las comunidades es inestimable repitiéndose al ritmo y la frecuencia de
los encuentros que se programan durante el año a lo largo y ancho de la misión.
Esto es un milagro con un montón de efectos colaterales positivos y alentadores
para quienes lo percibimos.


El segundo milagro tiene como protagonistas
a los niños en el día de la Infancia
Misionera. Los grupos se reúnen cada domingo acompañados de sus animadores
con el objetivo de descubrir su llamada misionera como evangelizadores de otros niños. “Niños
que ayudan a otros niños” es el leitmotiv que los anima. El 2 de febrero muchos
recordamos con nostalgia el día de las Candelas pero aquí en África se va
consolidando otro aspecto de esta fiesta: el
protagonismo de los niños como agentes indispensables en el anuncio de la Buena
Noticia. Son ellos quienes preparan cuidadosamente la celebración de la
Eucaristía e incluso tienen la oportunidad de hacer la homilía. En el lugar
donde estuve, después de la Misa, pusieron en escena algunos sketches y
canciones de animación, jugamos con el
paracaídas y terminamos “a la africana”, esto es, con un té con leche
acompañado de un buen plato de arroz y unos buñuelos antes de volver a sus
casas. A todo esto hay que añadir la colecta durante la misa que habían
preparado de antemano. En España los niños comparten sus donativos con el fin
de ayudar a los niños africanos o de otros países necesitados, pero lo
llamativo es que aquí los niños también colaboran aportando su granito de
arena. Así los niños de las pequeñas comunidades del bosque como en Bemsee,
vendieron caramelos en la escuela a sus amigos y recaudaron la asombrosa cifra
de 20 dólares. En Chipale el sábado fueron a los campos con sus azadones a
trabajar como agosteros y sacaron 8 dólares. En Dandanda recogieron entre todos
15 dólares, en Kana 8 dólares y en otras comunidades contribuyeron también con
cantidades menores y jabón. En total más de 70 dólares que salieron del esfuerzo y generosidad de estos niños y
niñas que sufren la carencia de comida, vestido y dinero en sus casas. Para mí,
que conozco sus situaciones familiares se trata de un auténtico gesto profético
que muestra su sensibilidad y esfuerzo para compartir con otros, a la vez que
anuncian el Evangelio. Una acción que
rebosa tanto amor y desapego bien puede calificarse de milagrosa en parte
comparable a la multiplicación de los panes o la ofrenda de la viuda en el
cepillo del templo. No compartieron de lo que sobra o de lo que depositan en
sus huchas de ahorro que no existen sino de lo que necesitan para vivir. Y tú, ¿aún no crees en los milagros?
Luis Carlos Rilova Hurtado
Misionero
en Zimbabue