A nuestro muy querido capellán, hermano
y amigo Martín Ángel:
“Podéis
ir en paz, que paséis un buen día y que Dios os acompañe siempre.”
Con estas palabras nos despedía Martín
el jueves por la mañana al terminar la Eucaristía hasta el día siguiente. Fueron,
sin embargo, sus últimas palabras para nosotras y en ellas iba su despedida
para siempre. Una llamada telefónica por la noche comunicándonos su muerte
repentina, nos dejaba el corazón roto de dolor.
En este poco más de un año que ha
estado entre nosotros se ha ganado nuestro cariño, nuestro respeto, nuestra
admiración porque hemos tenido la inmensa suerte de conocer de cerca a un enamorado de Jesús y un apasionado de su Reino que hacía vida el Evangelio
porque nos lo demostraba cada día con sus gestos, sus palabras, su entrega, su
generosidad, su sencillez, su cercanía… y siempre con esa sonrisa que no nos
dejaba indiferentes, al contrario, imposible no responder con la misma sonrisa.
Damos gracias a Dios por su vida, por
ser como era, por el testimonio que nos ha dejado de humildad, sencillez,
desprendimiento, coherencia de vida. Era uno de esos pequeños a los que Jesús
había revelado los misterios del Reino.
Martín, nuestro párroco, nuestro
capellán nos ha dejado así, sin despedidas, sin ruido, sin hacerse notar, con
la simplicidad y sencillez de quienes son grandes a los ojos de Dios. Ese era
Martín, grande para Dios y grande para todos nosotros. Sí, así le ha parecido
mejor a nuestro Dios, y nosotros no podemos más que rezar por él, aceptar sus designios, tantas
veces hechos misterio en nuestras vidas, y pedir su intercesión para que esa
pequeña luz que ha encendido en nuestros corazones durante su estancia entre
nosotros no se apague, al contrario, la hagamos brillar cada día con nuestra
vida, con nuestra gente, con nuestros pueblos, porque eso era lo que quería
Martín, que viviéramos unidos como hermanos, que celebráramos la fe juntos. No
lo defraudemos.
Que él nos ayude desde el cielo
intercediendo por todos nosotros que lloramos su muerte y que el Dios de la
compasión alivie nuestro dolor.
Adiós Martín, adiós para siempre. Y recuerda, imposible olvidarte.
MM. Benedictinas del Monasterio de San Salvador
y los pueblos de Palacios de Benaver, Villanueva de Argaño, Cañizar de Argaño y Villorejo
a los que Martín servía.
y los pueblos de Palacios de Benaver, Villanueva de Argaño, Cañizar de Argaño y Villorejo
a los que Martín servía.