Testimonio de nuestros misioneros: Hoy con Julio Cuesta Ortega. Misionero en Filipinas
Nació en la provincia de Burgos en Villalbilla de Villadiego, hace más de 70 años. Con corazón inquieto, decidió regalar su trabajo y esfuerzo en las zonas más pobres del planeta. Su vocación lo llevó hasta La Payata, uno de los rincones más deprimidos de Filipinas. En el extrarradio de Manila, su inmenso trabajo con la Pequeña Obra de la Divina Providencia es una gota de esperanza en un mar en el que más de 250.000 personas viven su día a día rodeadas de basura, entre desperdicios, gases tóxicos y enfermedades.
– ¿Cómo define un misionero qué es ser misionero?
– Ser misionero es ponerse a disposición de los demás. Para mí es muy fácil, porque estoy rodeado de gente que simplemente necesita ayuda. Me gusta explicar lo que hacemos con una frase de Theilard de Chardin: “sembrar amor por el mundo”. Afortunadamente, en esa siembra descubres que no estás solo y eso es muy bonito.
– ¿Se puede explicar cuál es la situación que se vive en La Payata?
– Es la vida trágica de más de 250.000 personas que viven en condiciones infrahumanas. Gente que no tiene en quién apoyarse. A la que nadie ayuda. Desde nuestra congregación de la Pequeña Obra de la Divina Providencia hemos puesto en marcha nueve comedores, un ambulatorio para tuberculosos, dos dispensarios médicos y un internado para niños con discapacidad física o psíquica. Atendemos a muchas personas, pero no deja de ser algo casi simbólico ante la extrema necesidad de mucha más gente.
– ¿Qué le impulsó a poner en marcha estos centros?
– Ves realmente que la sociedad no llega. Que son gente sin futuro. Viven entre basura y les haría falta tener un poco más para que pudiéramos decir que son pobres. Miras eso y piensas: algo tengo que hacer. Sobre todo con el problema de los niños con discapacidad. Directamente son abandonados, en la carretera, en la calle, porque las familias no pueden ni plantearse el coste que les supone mantenerlos. Nosotros hemos acogido a unos cincuenta.
– ¿Cómo consigue la misión abrir sus centros todos los días?
– Yo también me lo pregunto a veces. Es un casi un milagro. Se va adelante poco a poco gracias a la Providencia, que siempre está de nuestra mano. Hace 25 años que nos pusimos en marcha en Manila y no hemos parado de trabajar en nuestros trece centros. Son siete días a la semana y treinta días al mes. Hay un trabajo infinito por delante, de hacer, de construir, de atender, y también de ir a buscar a esas personas que nos pueden ayudar de una forma u otra: con dinero, con materiales, con comida o con tiempo. Todo nos sirve y nos viene bien.
– “Sé valiente, la misión te espera” es el lema de este Domund. Ante situaciones así, parece muy apropiado.
– Sin duda. El Domund es una campaña de conciencia para todos. Todos somos misioneros en cuanto a miembros de la Iglesia y todos podemos hacer algo. Rezar, pues rezar; colaborar con tiempo o dinero, lo que sea. Para nosotros es un día feliz, de alegrarse de lo que la Iglesia, sumando esos pocos muchos, es capaz de hacer en el mundo.