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Una Iglesia peregrina... y en bicicleta

P. Luis Carlos Rilova desde Lusulu (Zimbabue)



Había organizado la semana con varias reuniones en Hwange, a 200 kilómetros de la misión de Lusulu. Tenía todo listo para matar no menos de cuatro pájaros de un tiro, pero este me salió por la culata.

La situación en Zimbabue es insostenible: los precios se han multiplicado por tres, el dinero es virtual y los pagos se hacen a través del móvil, con tasas del 2 % a favor del Gobierno por cada transacción. Hay filas kilométricas en las gasolineras y, para más inri, el Gobierno ha subido el combustible un 250 %, por lo que el litro ha pasado a valer 3,15 dólares, el más caro del mundo. Así que hemos empezado la semana con un paro general de tres días. Los médicos están en huelga desde diciembre y los profesores han empezado otro que puede durar meses.

Así las cosas, tenía que buscar un «plan B» para la semana. Al ojear L’Osservatore Romano di con unas palabras que el Papa Francisco dirigía a unos seminaristas: «La Misión es algo que el Espíritu nos empuja a hacer: salir hacia fuera, estar siempre en salida. Y salir hacia fuera sin llevar un mensaje, una buena noticia o solo para dar un paseo, es salir hacia afuera sin eficacia». Estas palabras me recuerdan que tengo que dejar el sofá y salir a hacer algunos trabajos pendientes en la Zona 2.

Así pues, bien temprano, pertrechado de agua y preparada la mochila, monté la bicicleta en la camioneta. Fui a animar a un matrimonio que atraviesa una pequeña crisis. Después de visitar otras dos casas, me moví unos kilómetros para pasar la noche con otra familia. Al día siguiente, de madrugada, monté en la bicicleta y me adentré en una zona de acceso más difícil. Visité a la gente que ha dejado la Iglesia, a un catequista, a una pareja que lleva años sin dar el paso al bautismo... La bicicleta me dio la oportunidad de saludar a los transeúntes en los caminos, a los que estaban trabajando en las fincas, o a aquellos que estaban a la puerta de las casas.

Después de un día agotador pedaleando, subiendo y bajando de la bicicleta, bajo un sol despiadado, llegué a la casa de la señora Nhliziyo. Es una de las agentes pastorales de la misión, el brazo derecho de los sacerdotes. Bien preparada, multifacética y con recursos, posee un sinfín de cualidades que pone al servicio de las comunidades de esta zona: es catequista, anima a los cristianos de esta zona con la liturgia y el canto; da cursos a los líderes y catequistas. Además, se dedica a su familia y organiza las tareas propias de una casa africana: buscar leña, proveerla con agua, mantener las chozas, el ganado, los campos...

En su casa pude reponer fuerzas con un refresco y unas magdalenas caseras de las que di buena cuenta. Charlamos largo rato sobre la vida de la comunidad cristiana y nos despedimos. En el último tramo de un camino arenoso y empinado me tocó empujar la bici durante un buen rato. Aún me quedaban un par de visitas en una zona cercana, pero una abundante lluvia hizo impracticables los caminos, ahora resbaladizos y llenos de lodo. Así que opté por dejar descansar a la bici y la puse en la parte trasera del vehículo.

Es verdad que el vehículo me presta un servicio impagable, pero me doy cuenta de que ir a pie o en bicicleta va más acorde con el contexto que me rodea. Algunos domingos voy en bicicleta a celebrar la Misa y muchas veces pedaleo para llevar la comunión a los enfermos, visitar a las familias o para conocer mejor los rincones de la zona. Ropa cómoda, unas zapatillas y la mochila a la espalda son sinónimos de una iglesia en salida más en consonancia con el Evangelio y la Iglesia del Papa Francisco.

(Artículo publicado en Revista Mundo Negro Marzo 2019)