La Iglesia celebra este domingo la Ascensión del Señor. Jesús termina su misión en la tierra y comienza la nuestra, la de su Iglesia, ya que antes de partir nos encomienda que hagamos discípulos en nombre de Dios, que extendamos la Buena Noticia de su amor por toda la tierra. Y aunque desaparece de nuestra vista, seguirá actuando a través nuestro con la garantía de que nunca estaremos solos, pues siempre estará con nosotros.
A la luz de este encargo del Señor, advirtiendo que
mañana, día 25 de mayo, se celebra el Día de África, quiero que volvamos hoy
la mirada hacia este continente. A algunos de vosotros tal vez os sorprenda
que en este periodo de dolor y de incertidumbre en el que nos vivimos inmersos,
os invite a sentir como propia esta celebración del Día de África, que aparentemente
nos resulta lejana y distante.
No obstante, como ya os he dicho en alguna ocasión a lo
largo de estas semanas, la experiencia de sufrimiento, cuando es vivida con
sentido humano y cristiano, no nos clausura en nosotros mismos sino que nos
abre a la solidaridad con las preocupaciones y la angustia de los demás,
especialmente cuando son más vulnerables que nosotros mismos. Solo desde esta
perspectiva el dolor nos purifica y nos transforma. Es la actitud que brota
del camino que condujo a Jesús a través de la pasión y de la muerte hasta la
gloria de la Resurrección. África es, por otra parte, uno de los continentes
donde también entregan su vida, sirviendo al Evangelio en más de 20 países,
misioneros burgaleses; un numeroso grupo de 70 misioneros: 44 mujeres y 26
hombres (sacerdotes, religiosos, religiosas, y seglares) . Es una ocasión de
unimos a ellos con el sentido homenaje de nuestro recuerdo, agradecimiento y
oración.
África «es un continente, como alguien lo ha definido,
de enormes riquezas naturales y humanas, de la juventud y el futuro, de la
dignidad que se hace fuerte ante la adversidad, donde el crecimiento económico
no es sinónimo de bienestar para la mayoría; un continente que requiere un
trabajo continuado y sostenible, que permita a sus habitantes, que luchan para
sobrevivir, alcanzar niveles de vida dignos, como corresponde a su condición
de seres humanos» (Manos Unidas). La suerte y el destino de los africanos no
puede resultarnos indiferente. Sería caer en la globalización de la
indiferencia, que tantas veces denuncia el Papa Francisco. A finales del año
2015, durante el regreso de un viaje a aquel continente, decía: «África ha
sido explotada siempre por las otras potencias... Hay potencias que buscan solo
coger las grandes riquezas de África. África es un martirio, un martirio de
explotación a través de la historia». Como signo de solidaridad y de afecto,
para hacerla presente en el corazón de la Iglesia, celebró por anticipado en
Bangui, la capital de la República Centroafricana, la apertura del Año Santo de
la Misericordia, convirtiéndola así en «la capital espiritual del mundo»
Nosotros como cristianos debemos sentirnos unidos a
África y a los africanos. Sus aspiraciones a la justicia y a la paz deben ser
apoyadas especialmente por los europeos, pues las decisiones de hoy serán la
base de la relación futura entre los dos continentes. África tiene futuro
porque casi la mitad de la población tiene menos de 18 años. Pero ese futuro
está amenazado por guerras, hambrunas y pandemias frecuentes, aunque pocas
veces aparecen en nuestros medios de comunicación. Los diez países más pobres
del mundo se encuentran en África. Las nuevas generaciones tienen derecho a
permanecer en su lugar de nacimiento para servir a sus países y construir un
futuro mejor para todos. Para ello deben contar con nuestro apoyo.
Es de agradecer que la Unión Europea en abril ha
comprometido fondos para afrontar la crisis humanitaria más urgente, pero debe
dar un paso más allá. Nosotros, dentro de nuestras preocupaciones, no debemos
caer en la fatiga de la solidaridad y de la generosidad, ni en la tentación de
recortar la Ayuda al Desarrollo por parte de las instituciones y de la
sociedad. La catolicidad de nuestra Iglesia exige de nosotros un corazón
grande. El Papa Francisco, en su viaje, dijo al visitar un centro impulsado por
un movimiento católico en un barrio marginal: «Este centro nos muestra que hubo
quienes se detuvieron y sintieron compasión y no cedieron a la tentación de
decir: «no hay nada que hacer».
Por otra parte, la comunión eclesial, es decir, la
experiencia de sentir como hermanos a los cristianos africanos, nos regala el
gozo del crecimiento de esa Iglesia, rápido e incesante, que va incorporando
nuevos miembros mediante procesos de evangelización y de catecumenado que
pueden ser una lección y un estímulo para nosotros. Ponemos bajo la protección
de la Virgen al Pueblo Africano y nos encomendamos a Ella. Nuestra Señora de
África, ruega por nosotros.
D. Fidel Herráez Vegas
(Arzobispo de Burgos)
Publicado en Diario de Burgos día 24 de Mayo 2020