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«EL CONFINAMIENTO ES MUY FÁCIL CUANDO TODO ESTÁ CUBIERTO»


Mismo virus pero distintas realidades. Dos misioneras y un misionero burgalés relatan cómo están viviendo la pandemia en Angola, la selva ecuatoriana y Burkina Faso, donde el hambre, los desplazados y las carencias sanitarias son más graves
La pandemia del coronavirus ha tardado más en llegar a áfrica que al resto de continentes. Y no lo ha hecho con la fuerza y el impacto que ha tenido en Europa o EEUU, gracias al cierre de fronteras y a la adopción de medidas que han evitado la expansión de la epidemia porque las consecuencias hubieran sido inimaginables en países con unos sistemas sanitarios deficientes, sin acceso a agua en muchas zonas y donde son las preocupaciones más graves son el hambre, los desplazados y las carencias en los hospitales.

Así lo reconocen dos misioneras burgalesas que viven de cerca la realidad en el continente africano.

Guillermina Machado, una de las tres misioneras seglares vicencianas destinadas desde hace cuatro años en la provincia de Benguela, en Angola, señala que hay cierta inquietud sobre el avance de la pandemia, si bien las medidas que se han puesto en marcha, como la declaración del estado de emergencia, han evitado que dispare la cifra de contagios. “Aquí hace mucho calor y como a este virus parece no gustarle, eso ha favorecido que no sea tan agresivo porque lo contrario hubiera sido terrible.”

Natural de Rabanera del Pinar, esta misionera seglar afirma que pedirle a la gente que no salga de sus casas o que no vaya a trabajar cuando se tiene muy poco es muy complicado. “El confinamiento es para los ricos, para quienes tienen la nevera llena. Es muy fácil hacerlo cuando todo está cubierto. Pero estas personas si no salen, no comen.”, relata

Desde su organización, Misevi, desarrollan diferentes iniciativas que permitan la mejora de la calidad de vida de las personas y comunidades locales implicadas, en áreas como la educación infantil, áreas como la educación infantil, la promoción de la mujer a través de programas de alfabetización, la salud mental, la atención a las personas con adicción alcohol y la formación de jóvenes para que aprendan pautas de liderazgo. “Estamos al servicio de los más débiles y de los más vulnerables; de los más pobres y de los más necesitados”, subraya, tras destacar los microproyectos que tienen en marcha tanto en Angola como en Bolivia, y para los que reclaman fondos. En una de esas iniciativas trabajan codo con codo con Manos Unidas para ayudar a unas 200 familias sin recursos, a las que dotan de alimentos y de productos básicos de higiene. Guillermina, que tenía previsto regresar a Burgos a finales de mayo para descansar durante dos meses, no podrá hacerlo al estar cerradas las fronteras.

Al igual que en Angola, la cifra de contagios en Burkina Faso no es aún elevada. Pilar Serrano, que pertenece a la congregación de las Franciscanas Misioneras de María, declara que los problemas en este país son el hambre, los desplazados por el terrorismo y las epidemias. “Si a todo esto le añadimos además el coronavirus, ese es el gran miedo de todos”, dice. A sus 70 años, esta misionera lermeña se encuentra en la ciudad de Bobo-Dioulasso, donde tras años de dedicarse a la sanidad ha pasado a realizar un trabajo más interno con programas de autofinanciación. Pilar explica que la población local está concienciada sobre las medidas de protección que deben tomar, pero que los recursos no llegan a todos. “Esto está despertando una solidaridad muy fuerte, y los bancos y las fábricas están ayudando mucho a los centros de salud”, destaca. No tiene miedo. Pero sabe que allí la vida hay que mirarla de frente porque es una lucha por la supervivencia.

A miles de kilómetros, en Puyo, e la selva ecuatoriana, 
Mons. Rafael Cob también combate con los recursos que puede la epidemia del coronavirus. Por suerte, en la zona en la que él se encuentra, el nivel de contagios es muy bajo. Desde la Iglesia, y a través de Cáritas, han distribuido alimentos entre un millar de familias. “Esto es muy necesario porque muchas personas, sin trabajo, no tienen qué comer, y lo que pueda venir, como todos sabemos, puede ser más duro; mucha gente se quedará sin trabajo y no tendrá pan que llevar a su casa. Esta pandemia nos hace a todos iguales. Todos nos necesitamos”, declara.

Burgos tiene en estos momentos más 600 misioneros repartidos por todo el mundo, principalmente en América Latina, África, Asia y Oceanía. Desde la Delegación Diocesana de Misiones, su responsable, Ramón Delgado, asegura que no tienen noticias de que ninguno de ellos haya regresado a la provincia tras la pandemia. “Sabemos que están viviendo todo esto con incertidumbre porque en los países en los que realizan su labor como misioneros la vertebración social es mayor y la Iglesia tiene más protagonismo en tarea educativas, sociales o sanitarias”. Apunta.

Diario de Burgos B.D. 8/05/2020)