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" El entorno en que uno crece es crucial para cualquier vocación"

 


ENTREVISTA

LUIS CARLOS RILOVA HURTADO (Junio 2020)

 1.  Preséntate

 Mi paisaje que tiene mucho que ver con la meseta castellana y sus campos pues me crié y crecí en un pueblo del oeste de la provincia de Burgos, en Sasamón donde Augusto, el 29 a.C., estableció el campamento de la Legión IV Macedónica. Soy el primero de los 5 hijos de mis padres, gente sencilla y trabajadora que nos sacaron adelante con tesón, entregados en cuerpo y alma al trabajo agrícola y ganadero. Una espléndida y artística pila bautismal gótica de Los Colonia recogió el agua de mi bautismo el día de San Luis Gonzaga. A los 13 años entré en el seminario de Burgos y a los 26 salimos del horno nada menos que 9 curas, un 15 de junio de 1996. Con una rica experiencia de 9 años en mi diócesis, me asocié al IEME y después de un año en Irlanda, fui enviado en 2007 como misionero a Zimbabue.

Como buen castellano, soy de carácter algo seco pero jovial, soñador, de ideas más bien fijas y poco cambiantes, constante y empeñado hasta conseguir lo que me propongo, decidido aunque calculo bien los riesgos. Abierto, conversador y con la verdad por delante. Me gusta hacer deporte y disfruto con la historia de mi país y del mundo; además soy un enamorado de África.

 2. ¿Cómo supiste que el Señor te llamaba al sacerdocio?

 Lo fui adivinando. El entorno en que uno crece es crucial para cualquier vocación. En mi familia y en el pueblo se respiraba un ambiente sano y religioso donde este tipo de semillas podía crecer con normalidad. Recuerdo bien al cura joven y entregado, las clases en la escuela y el catecismo, la iglesia artística y monumental y los domingos como días de fiesta y descanso, el humus religioso de la gente del pueblo y la vida social… ahí prendió la chispa, cuando mis padres buscan un lugar para continuar mi formación y porvenir, que fue el seminario, aunque pudo haber sido cualquier otro colegio. Éramos varios amigos del pueblo por lo que no supuso un cambio tan drástico, pero sí echaba de menos la familia. Más tarde, en la juventud entras en un proceso de discernimiento de la llamada junto a otros que sienten lo mismo y una vez que tomas la decisión, ya sólo miras a la meta que parece inalcanzable en el tiempo. Perseveras en aquella intuición hasta que un día llega el momento de dar el “si” definitivo; te fías de quien te llama y te lanzas a seguirle toda tu vida.

 3. ¿Cómo valoras tus años de ministerio den la diócesis de Burgos?

 Muy muy fecundos. Date cuenta de que dejo allí mis mejores años de juventud, desde los 26 a los 35. Uno está que se sale, derrocha ilusión, ganas, creatividad, proyectos, ideales, entrega, pasión. La verdad es que aprendí mucho en mi primer destino, la parroquia de San Pablo, en el barrio de Gamonal, en Burgos. Era una de las más activas y estaba llena de vida: solamente niños y jóvenes eran más de 700, había infinidad de grupos y movimientos: comunión, confirmación, grupos infantiles y juveniles, 5 grupos de catequistas, animadores de niños, animadores de jóvenes, un club de actividades de tiempo libre infantil, una Asociación Juvenil, grupos de adultos y de Acción Católica, Legión de María, Carismáticos, Neocatecumenales, una asociación de ecuatorianos, grupo de senderismo… más un colegio parroquial y atendíamos también el Blanca de Castilla de las Jesuitinas. En San Pablo nos juntábamos cada día a comer más de 10 curas del arciprestazgo. Después de 7 años en la ciudad pasé 2 años más en los pueblos de Huerta de Rey, Arauzo de Miel y Doña Santos, donde experimente una gran acogida y disfruté mucho de la gente que respondía muy bien a todas las iniciativas. El trato y el roce del día a día ponía cuesta arriba el momento de salir a la misión pero la decisión estaba tomada de antemano. Fueron años llenos de vitalidad y colorido como corresponde a esa etapa de juventud.

 4. ¿Cómo surge la llamada a las “Misiones”?

 El despertar de mi vocación misionera se inicia en la escucha atenta de los testimonios de misioneros que se acercaban al seminario a compartir sus experiencias con nosotros. Influyó también un grupo que habíamos creado algunos en el seminario con un enfoque y preocupación hacia los pobres y el tercer mundo, se llamaba “Mateo 25”, y además tenía conexiones con el Movimiento Cultural Cristiano y un grupo de curas afín. A los 19 años fui invitado a una convivencia de seminaristas organizada por el IEME donde descubrí un ambiente sano y diferente, de colorido misionero. Participé varios años, incluso siendo ya cura, y así se fue abriendo el horizonte. Sólo quedaba discernir el momento en que tendría que dar el salto.

 5. Y luego a Zimbabue. ¿Alguna razón?

 Desde siempre me vi “con los negritos”. Tenía claro que sería África. Me asustaba un poco la inestabilidad del continente, el hambre y la pobreza extrema, incluso el clima… Después de hacer el Curso de Formación Misionera llegó el momento de decidir el país. Tiempo atrás había empezado a estudiar inglés por mi cuenta y tenía el reto personal de hablar la lengua del mundo, por tanto descarté Togo y Mozambique y entre Zambia y Zimbabue fue el IEME quien consideró que en ese momento había que reforzar Zimbabue. Después de un año en Irlanda aterricé en Zimbabue un 13 de agosto de 2007.




 6. Muchos desafíos. ¿Qué es lo que más te costó de ese aterrizaje?

 Sí, muchos, pero contaba con un grupo de compañeros del IEME muy bien cohesionado que ya habían abierto casi todos los caminos. Yo solo tenía que levantar los pies y caminar. Es como volver a nacer: no conoces a nadie, el lugar y el clima son nuevos, la comida es otra, no tienes resortes ni hábitos hechos… No hay otro camino para aprender, sólo “ver, oír y callar” para que no meter la pata e ir asimilando poco a poco lo que no entiendes a primera vista. Lo más duro y laborioso fue aprender una de las lenguas locales, el ndebele que en el 90% es como el zulú de Suráfrica. Fueron dos largos años de memorización de palabras sin lógica aparente, de construcciones mentales complicadísimas gramaticalmente, con algunos “clicks” bucales y otros fonemas desconocidos en nuestras lenguas europeas, y sobre todo muchas horas de escucha sin entender nada absolutamente durante meses… hasta que va viniendo. Y ¡qué alegría tan grande sientes cuando ya puedes comunicarte!

 7. ¿Qué te ha aportado la misión?

 Otra manera de ver la vida y la evangelización. Donde he trabajado sólo el 3% de la población es católica, lo que considero muy enriquecedor y desafiante. La pastoral no está sujeta a horarios, ni estereotipos prefijados, ni a presión social. No se estresas ni estás pendiente del reloj. En la zona rural se trata de acompañar a la gente y a las comunidades con sus procesos y ritmos: un bautismo, una boda, un entierro, hacer una iglesia, formar a los líderes, una visita a las casas de una zona, un viaje… Cuando sales de casa sabes que te abres a lo fortuito, la improvisación, al cambio de planes… Aprendes a ser paciente, a escuchar, a trabajar al ritmo de todos, a vivir con austeridad, a mirar con los ojos de Jesús, a ser consciente de que no puedes resolver los problemas de todo el mundo…

 8. ¿Qué actitud valoras más en un misionero? ¿Y la que menos?

 La paciencia y la perseverancia porque las personas y las comunidades necesitan tiempo. Allí no es como en Europa: dicho y hecho, la eficacia, la competitividad, el estrés, los resultados…No, allí no busques resultados inmediatos, ni mires el reloj, ni siquiera el dinero importa demasiado, sino estar contento, gastar el tiempo juntos, hacer algo con y por los demás, compartir, cantar, celebrar la fe, la vida. La que menos sería su mal temperamento y el malhumor.



 9. Has sido llamado para tareas de animación misionera. ¿Qué crees que puedes aportar, desde tu experiencia en Zimbabue, a la iglesia española?

 El entusiasmo y la frescura de la experiencia misionera, el testimonio vivencial y provocador que interroga y desafía tocando el corazón para que otros se pongan en camino. Tengo claro que aquí soy un instrumento y por tanto lo importante es que la melodía que suene sea original y pegadiza, hecha desde dentro, así quien escuche y le guste pueda dar un “like”. Otros quizá podrán escribir un “comentario” o si desean pulsen “compartir”, o incluso apuntarse a la misión, lo que ya sería “el no va más”.

 10. Empiezas tu “trabajo” confinado, por el COVID-19. ¿Qué lectura creyente haces de esto?

 Si, menudo chasco. Uno llega con ganas de comerse el mundo y lanzarse desde el primer día a esta nueva misión y de repente todo se para y te encierran en casa. Sin embargo veo esta circunstancia más una oportunidad que como un problema.

Estamos en un cambio de época y la crisis del COVID-19 ha acelerado la crisis económica, política, social, religiosa, familiar, personal… La sociedad entera debe plantearse si el camino recorrido es el correcto o no. Y la verdad que cuando tantos planteamientos hacen aguas significa que debemos buscar nuevos caminos para la construcción de un mundo mejor, más solidario, más integrador, que tenga en cuenta a todos y en especial a los más pobres, que respete el medio ambiente y favorezca un desarrollo sostenible. Muchas cosas deberían cambiar con la nueva normalidad pero cada uno tiene que empezar cambiándose a sí mismo, su manera de mirar, su estilo de vida a nivel personal, familiar y en su entorno. Hay que mover ficha desde el primer día porque “para cambiar el mundo, hay que empezar por uno mismo primero. Son las pequeñas acciones y gestos hechos con mucho amor en favor de los otros los que cambian el mundo.

 11. Una última palabra.

Ojalá que el Espíritu abra nuevos horizontes y nuevos caminos a la misión y que todos nos sintamos responsables y enviados a encender estrellas en la noche de manera que construyamos un mundo mejor.