Julián Díez, es un misionero burgalés de la congregación de los Pasionistas, que partió hacia Haití hace apenas un mes y, desde allí, ha enviado una primera crónica desde Tabarre, cerca de Puerto Príncipe, en la que describe lo que ha encontrado en un país sacudido por tragedias naturales, sociales y políticas.
“Nunca sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción que queda. Quizá esta es la mejor definición de este pueblo Taino. Haití, país de Montañas o también conocido como la Perla de las Antillas. El pasado 14 de agosto un terremoto de magnitud 7.2 de la escala de Richter sacudió el sur de la Isla provocando pérdidas humanas – más de 2,400 muertos, heridos y miles de damnificados – y mucha destrucción. Más de un millón de personas han quedado sin cimientos, algunos de hierro y cemento, pero la mayoría de madera. Todo se ha caído por los suelos.
Este desastre natural y la suma de otros acontecimientos (el asesinato o magnicidio del presidente Jovenel Moise el 7 de julio, el terremoto del 14 de agosto, dos días después la llegada del huracán Grace, la crisis de Gobierno y las protestas sociales…) hacen que Haití, por unos minutos, tome protagonismo en los titulares de los medios nacionales e internacionales… pero apenas por unos días. Luego parece que se pasa página y de nuevo caemos en el olvido.
Pero el escenario en el que se mueve Haití no es nuevo, aunque con todo lo acontecido… la pobreza de nuevo golpea fuerte y conmociona. La vida se cotiza poco (bandas criminales, delincuencia, violencia e inseguridad, falta de libertad de movimientos…). La pobreza duele y huele. Golpea tan fuerte, que por mucho que te prepares conmociona. Mucha gente no tiene nada y tú nunca tienes suficiente para ofrecer. No es correcto decirlo, pero quizá todo esto se define bien diciendo que es un país abandonado de todos… menos de Dios.
Y digo por qué. Gracias a las obreras y obreros de Dios, también en Haití, podemos decir que la Iglesia católica es la que más colabora con los pobres. Rica es la tarea social y misionera realizada, con el deseo de ayudar y promocionar a los más necesitados: colegios, escuelas, centros de educación laboral, centros de asistencia sanitaria y de rehabilitación, hospitales, centros de beneficencia de ancianos y niños, talleres, centros de pastoral e iglesias… y más… ¡Gracias! Porque la Iglesia católica somos todos los fieles, y no sólo los misioneros o laicos que nos encontramos dispersos por todo el ancho del planeta y en los rincones menos pensados, y que gracias al apoyo también material, entre todos realizamos de forma regular y por amor a Jesús estas Obras Sociales pero también de apoyo moral y espiritual.
Un recuerdo agradecido por los que han trabajado y sembrado esperanza en este país: laicos, religiosas y religiosos, voluntarios y personas de bien. De modo particular, por la hermana Isabel Solá Matas, de la Congregación Jesús y María, asesinada el 3 de septiembre del 2016. ‘La sangre de los mártires nos compromete como cristianos’. Y aunque el motivo de su asesinato parece ser el robo, su opción fue clara en favor de las víctimas y amputados a causa del terremoto del 12 de enero del 2010, junto con el trabajo en los barrios y zonas más desfavorecidas del país. Que su sueño se haga realidad…”.
OMPRESS-HAITÍ (14-09-21)