Los patronos de las misiones son san Francisco Javier y santa Teresita del Niño Jesús. San Francisco Javier (nacido en 1506) es «el gigante de las misiones» por su enorme fuerza evangelizadora; después de su muerte (+1552) fue nombrado patrono de muchos sitios y obras. Pero lo que nos sorprende es que cuando el 14 de diciembre de 1927 el Papa Pío XI le declara patrono de las misiones no lo hace en solitario, sino que presenta a la vez como copatrona a una monjita de clausura, santa Teresita, que había muerto con 24 años y que había sido declarada santa solo dos años antes, en 1925. ¿Por qué el Papa decide que el «gigante de las misiones» presida todas las obras misioneras junto con una «pequeña» flor del Carmelo?
Para encontrar la respuesta es necesario indagar
en la historia de los Misioneros Oblatos De María Inmaculada (OMI),
congregación misionera que nació en Francia en 1816 y que evangelizaron las
colonias francesas llegando a remotos lugares como el Gran Norte canadiense.
En 1912, Arsène Turquetil,
junto con otros dos oblatos, fueron enviados en medio de los inuit de la Bahía
de Fludson.
Comenzaron a trabajar de
inmediato ya que tenían que hacer de todo: encontrar un lugar adecuado,
construir una casa-capilla, aprender el idioma y adaptarse a las costumbres
del lugar pasando frío y la escasez de comida. El domingo de Pentecostés de
1915, el Padre Turquetil pudo realizar su primer sermón en el idioma de los
inuit.
A pesar de todo el esfuerzo de inculturación, no tuvieron ninguna
conversión; se toparon con un fuerte paganismo, mucha superstición y una
constante burla y desprecio hacia ellos y hacia el Dios que predicaban. Para
colmo, ese mismo año se supo que dos misioneros, en otra misión cercana, habían
sido asesinados por los inuit. Sus amigos les aconsejaron cerrar esta misión
norteña. En 1916 el padre Turquetil recibe dos cartas. En la primera, su obispo
Charlebois, misionero oblato canadiense, le comunica que «de no haber
administrado ningún bautizo en un plazo de un año, le retirará del país de los
inuit». La segunda carta contenía un folleto: La Petite Fleur de Lisieux. El oblato
nunca había oído hablar de esta carmelita. El folleto decía que ella oró por
los misioneros y que prometió pasar sus días en el cielo haciendo cosas buenas
para la tierra. «¿Podrá hacer realidad la conversión de los inuit?» En la carta
había también un papel doblado en cuatro, que contenía un poco de tierra, junto
con la siguiente inscripción: «Tierra donde reposó el primer ataúd de la
Pequeña Flor de Lisieux. Con esta, ella hace milagros».
Antes de ir a la cama esa noche, los tres misioneros
oraron con fervor a Teresa, aún cuando ella todavía no había sido canonizada.
En los días sucesivos decidieron tirar en secreto unos granos de ITW esa tierra en la espalda o en
la cabeza de todos los inuit que - viniesen a la misión. Unos días
después de ese gesto, varios inuit piden ser bautizados y el 2 de julio de 1917
el padre Turquetil bautizó a cuatro familias inuit. Él lo considera un milagro
alcanzado por intercesión de santa Teresita. Durante los sucesivos meses, los
misioneros Oblatos del Gran Norte canadiense son testigos de numerosos favores
que atribuyen a la intercesión de santa Teresita. En 1925 el obispo Charlebois
y otros obispos de Canadá pidieron al Papa nombrar a santa Teresita patrona de
las misiones. A esta petición se sumaron 226 obispos misioneros de todo el
mundo. Finalmente, el 14 de diciembre de 1927, el Papa aceptó.
Gabriel Domingo Rodríguez Redondo, misionero burgalés en Zambia
(Revista SEMBRAR 1170)