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«Soy feliz de ayudar en Chad a mejorar la vida de los más necesitados»

 



Gloria Varona Varona Nació en la localidad burgalesa de Huérmeces en 1946. Es la mayor de tres hermanos. A los 14 años ingresó en el internado para chicas de las Hijas de la Caridad en Rabé de las Calzadas. Cursó estudios hasta PREU y después viajó a San Sebastián, donde estudió dos años en el Seminario de Hijas de la Caridad, desde donde se desplazó a Valladolid para cursar estudios de Magisterio. Pasó después a impartir enseñanza en el colegio de San José de Santander, donde se vinculó para colaborar con un Centro de Menores. También desarrolló su vocación de servicio en pisos de acogida para menores en Valladolid, dependientes de la Junta de Castilla y León. Y en 2001 viajó a la República de Chad, país ubicado en África Central, donde ha desarrollado su tarea educativa y misionera hasta ahora.

¿Cuándo sentiste la llamada de tu vocación misionera?

Fue a los 10 años, pero hasta los 17 no comprendí que quería entregarme al Señor. Mi deseo era ser como las manos de Jesús y mostrar el amor que Dios nos tiene. La vocación vino pronto, pero la viví años más tarde.

¿Hubo alguna reticencia por parte de tu familia?

No, ninguna, y en ningún momento me pusieron pegas porque además mis padres eran católicos. Yo era una chica muy aplicada en los estudios y cuando les dije que me iba al seminario de las Hijas de la Caridad fue un momento duro, sobre todo para mi madre, pero recuerdo que mi padre me dijo que tenía que hacer mi propia vida y me animó a seguir adelante. A mi madre le costó, pero luego fue una gran alegría para ella.

¿Y encontraste lo que buscabas?

En el día a día es cuando se siente y se percibe la auténtica vocación; entonces tiene lugar el verdadero periodo de discernimiento por las situaciones que se viven y es entonces cuando hay que estar muy convencida de lo que se quiere para superar las dificultades.



En tu caso, además, era una vocación misionera, ¿no?

Sí, la vocación misionera la sentí desde mi periodo de estudios en Rabé de las Calzadas, porque por allí pasaban misioneros que estaban en América y nos hablaban de muchas cosas. Además yo leía libros y después, en mi etapa de Santander, tuve la oportunidad de vivir de cerca con los niños de la calle y trabajar en un centro de menores. Eso, junto con mi vocación por la enseñanza y la experiencia de atender a niños en los pisos de Protección de Menores de la Junta, en Valladolid, con quien colaborábamos las Hermanas de la Caridad, fueron formando en mí un deseo de ayudar y una vocación de servicio por los niños más necesitados.



En España también hay mucha necesidad de estos servicios, no solo en el Chad, donde fuiste después…

Es verdad. En España viví los momentos de un cambio radical en la sociedad, entre los años 1979 y 2000, en los que se notó muchísimo el incremento de niños y niñas viviendo en situaciones extremas, fruto de familias desestructuradas. Fue como un cambio social importante porque afectó a muchas familias y los niños fueron las víctimas.

¿Qué carisma tenéis en las Hijas de la Caridad?

El principal es el servicio a los pobres, por eso se hace un voto de servir a los pobres, a los necesitados, niños, ancianos, enfermos. Y por supuesto, las reglas esenciales de castidad, pobreza y obediencia.

Desde 2001 en Chad, en África. ¿Cómo ha sido la experiencia?

Ha sido impresionante y ha marcado mi vida. A Chad fuimos cinco hermanas de la Caridad, fuimos las primeras porque el obispo nos pidió ayuda para colaborar en la salud, en la educación y en la pastoral. Y eso hemos hecho. Montamos la misión en Bebalem, un pueblo de 17.000 habitantes, donde desarrollamos tareas de educación, trabajamos en 10 escuelas de primaria, tres colegios y un liceo, con más de dos mil alumnos de diversas etnias y religiones, y además colaboramos también en temas de salud, atendiendo a niños malnutridos y con discapacitados, haciendo curas por quemaduras o pequeños accidentes. Hay mucho trabajo.

¿A nivel educativo, cómo es vuestra labor?

Nosotras no damos clases, nuestra misión es formar a los maestros que luego las imparten, que son gente de buena voluntad y que quieren enseñar. Nosotras les formamos y luego hacemos un seguimiento. Además, hemos creado un APA (Asociación de Padres) en cada escuela para garantizar que funcione, porque los padres son quienes gestionan todo, con la idea de que si algún día nos vamos, las escuelas sigan por su cuenta. Son todas escuelas diocesanas, que se construyen con el permiso del obispo.

¿Cómo está ahora la situación en Chad?

Atraviesa muchos problemas, es una situación compleja comenzando por la política, ya que hay una etnia que quiere el poder y surgen muchos conflictos. El año pasado mataron al presidente y se pensaba en una guerra, aunque nosotras seguimos allí porque estamos a 600 kilómetros de la capital y además porque nos necesitan. Chad es el cuarto país más pobre del mundo.

¿Estáis contentas de vuestro trabajo allí?

Sí, mucho. Porque hemos conseguido que la sociedad haya dado pasos importantes, como crear conciencia en las familias de que deben enviar a sus hijos a la escuela; ya han sido muchos niños los que han pasado por ellas y han recibido formación para después encontrar un puesto de trabajo. Son escuelas para todos, católicos, protestantes, musulmanes... Solo el 25 por ciento son católicos.

Revista SEMBRAR 1.191 Octubre 2022(Entrevista de Paco Peñacoba)