Alfonso Tapia, misionero burgalés en Perú |
Hola,
soy Alfonso, nací hace 48 años en una fría madrugada de diciembre, el 4º de 5
“angelitos” que pusimos a prueba la paciencia de nuestros queridos padres:
Serafín y Rosa. Flojo para estudiar y amigo dela calle, los años pasaron
volando. Cuando me quise dar cuenta había acabado mi carrera de matemáticas, y
confundido con un alumno más, ya estaba dando clases. Me gustaba y creo que no
lo hacía tan mal.
Hicimos buenas amistades y aprendí muchas cosas que no vienen
en los libros. Dios sabe lo que hace. De todas formas… algo me picaba por
dentro. En el 92 me decidí a preguntar si yo también podría ir de misiones en
los dos meses de vacaciones. Me aceptaron a la primera y en un mes ya me habían
puesto como responsable de un nuevo grupo de verano. La experiencia fue
alucinante. Es como el renacuajo que saca la cabeza de su charca y contempla el
mar al amanecer: La Iglesia y el mundo es muy grande y variado, hermoso y
fascinante. Lo que más me atraía, sin yo saberlo conscientemente, era el sacerdote y las religiosas
que allí entregaban con alegría y sencillez su vida a Dios, por medio de los
demás, especialmente los más necesitados: Mordí el anzuelo. Repetí plato el 93
y el 94 falleció de un infarto, al pie del cañón, el sacerdote que allí estaba:
el Padre Carlos Echávarri s.j. Yo me dije: me gustaría morir como él. Pedí un
año de excedencia y me fui para allá. El año de los mejores de mi vida. Un día
orando con Is 6, sentí que esas palabras eran dichas para mí: “oh hombre de
labios impuros que habito en medio de un pueblo de labios impuros”. Y contesté
sin dudas, ni miedo: “Aquí estoy, envíame”. En mi casa se armó el lío y se
impuso el sentido común, regresaría a España y con calma tomaríamos la decisión.
Acabado el año dejé el Colegio y empecé a estudiar en la Facultad de Teología
de “San Dámaso”, Madrid. Después del tercer año, continué los estudios en Lima,
terminándolos en diciembre del 2000. El 30 de ese mes recibí el diaconado en el
Vicariato Apostólico de San Ramón, en la Selva Central del Perú. En la fiesta de San Francisco del 2001 me
ordené como sacerdote. Desde entonces sigo en esa parcela del Reino de Dios con
80,000 kms2, desde los andes, hasta la frontera con el Brasil. He
estado en dos parroquias, primero como vicario y luego como párroco. Ahora soy
un cura con dos parroquias y estoy buscando al que inventó el dicho de “vives
como un cura con dos parroquias”. En total son casi 40,000 personas, aunque no
todos son católicos, hay una presencia fuerte de las sectas. Además estoy
encargado de los seminaristas. El primer año están conmigo en la parroquia y
los vamos ayudando en su discernimiento, intentamos nivelar sus estudios,
darles una formación humana y cristiana básica, además de ver como se
desenvuelven en el trabajo pastoral y las relaciones con los demás.
Los
seminaristas mayores estudian en Trujillo, al norte de Perú. Con nosotros están
en vacaciones. Los vamos acompañando y animando, enseñando y corrigiendo cuando
es necesario. Rezamos y trabajamos, hacemos deporte y de vez en cuando una excursión,
misiones, catequesis de niños y adultos, visitas a los enfermos, programas y
grabaciones en nuestra emisora de radio; todo en un ambiente de familia en el
que se van estrechando los lazos y formando el futuro presbiterio del
Vicariato. Yo disfruto con ellos y me siento un padrazo con un montón de hijos.
También supone sufrir con ellos, con sus problemas, crisis y sobre todo, cuando
se van. Dios sea bendito por todo.
Por hoy, ya vale, otro día más. Gracias a
todos los que oran por los pobres pecadores, que yo soy el primero.
Alfonso Tapia.