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Bautizado en Parroquia de San Gil (Burgos) y enviado al Alto (Bolivia)


En octubre del año mil novecientos sesenta y dos, más concretamente, el día de la Virgen del Rosario, nací a la vida de Cristo. Treinta cuatro años más tarde salía de casa de mis padres para nacer de nuevo en El Alto (Bolivia).
Había sido ordenado sacerdote en mil novecientos ochenta y siete, y, durante mis años en el seminario, vi desfilar un montón de misioneros a los que admiraba, pero que no conseguían suscitar ningún cuestionamiento sobre mi vocación.

Años más tarde, recibí una invitación para visitar El Alto y, después de mucha insistencia, decidí conocer aquella realidad que parecía requerir tanto mi presencia. Podría decirse que fui de turismo misionero, porque estuve colaborando en una parroquia durante un mes. Algo empezaba despertarse, aunque de manera aún latente. Al año siguiente, repetí la experiencia y se me concedió reconocer el paso del Buen Pastor por aquellas pampas y entre aquellas gentes. Fue la llamada dentro de la llamada.

Cuando regresé a Burgos tenía claro que debía expresarle lo acontecido a don Santiago, el arzobispo, y encontré en él una aceptación total, más que eso, una sintonía con su propio sentir misionero. Después de un año, me enviaba como sacerdote cedido a la recién creada Diócesis de El Alto. Desde entonces llevo adelante la misión en esta ciudad situada a los pies de los Andes bolivianos.

Tras un año de adaptación y conocimiento de la realidad en la parroquia que me había acogido en las experiencias anteriores, fui nombrado párroco del sub-distrito 3 de la ciudad de El Alto en una jurisdicción que fue puesta bajo el patrocinio de la entonces beata Nazaria Ignacia, que ha sido canonizada en octubre del dos mil dieciocho.

La labor que he realizado durante estos años. 

Esté octubre también he celebrado la vida de otro misionero de a pie, mi padre partió para la casa del Padre.

Pascual, mi padre, se ha ido

Y lo ha hecho de puntillas, como era su estilo.
Lo suyo fue pasar por la vida haciendo el bien de puntillas.
Había nacido en un pueblecito desconocido y de una familia humilde; y vivió sencillamente deteniéndose con todos los que se le encontraban.
Su mirada tenía una chispa de bondad por la que yo suspiro para poder ser -como os confesé aquí mismo en mis veinticinco años de sacerdocio- un destello  del amor del Buen Pastor para vosotros y para mis hermanos del Alto, Su cuerpo entro ayer, por última vez en este templo, ya no por sus propios pies como lo había hecho cada día durante tantos años. Lo había hecho especialmente el día del matrimonio con Agustina. lo había hecho el día del bautismo y de la primera comunión de sus hijos. Lo había hecho el día de mi ordenación sacerdotal y el día de la boda de mi hermana (Mª Carmen y Toño), y como no el bautismo de su primer nieto. Lástima que ya no me sirva el skype para verlo.
Ahora , disfrutará de su misión sin tener que dar tantos paseos y escuchando nítidamente el canto del Cordero, más aún, entonándolo en nombre de todos nosotros, su familia y su parroquia, sus allegados y sus alteños adoptados.
Gracias, Pascual, por tantas lecciones y porque ahora te derramas en bendiciones abundantes que el Señor desea darnos por tu intermedio.
Gracias, papá. También quiero dar gracias a mi hermana que lo ha cuidado todos estos años desde que se nos adelantó en partir la mamá. Gracias porque también has tenido que despedirlo sin tu hermano. Gracias por no dilatar la despedida y por favorecer este primer día de su otra forma de estar con nosotros- de ello se encarga el Resucitado-.
En la fe en Jesús Resucitado, Señor de la historia de cada una de nuestras historias, la que hoy nos llena de esperanza para "aguantar en la brecha" -"Aquí aguantando", solía decir él- no con la resignación de quien se cansa de vivir, sino con el santo coraje de quien pone en manos de Dios lo poco que es para que haga sus milagros cotidianos.
Gracias a vosotros por tanto cariño y por vuestra oración. Bendito seáis; y que todos lleguemos a ser bienaventurados.
Turbado en mi alma y, quizás, también aturdido por el largo viaje, hoy no puedo dejar de gritar: ¡Tú amor, Señor es más fuerte que la muerte!

Juan Carlos Devesa de la Cruz